Monday, August 15, 2011

Ella estaba en el café. Una rosa blanca sobre la mesa. Lo esperaba inquieta. Su café ya frío, yacía olvidado después de un par de sorbos. Miraba hacia la puerta cada par de minutos, a veces sutil, a veces perdida en sus propios pensamientos con la mirada perdida hacia el exterior. ¿Vendrá? No lo sabía, siempre era una ruleta cuando jugaba este juego. Nunca sabía que resultaría, tampoco sabía que esperar o sí debía esperar. Las ilusiones siempre habían sido problemáticas para ella. Desde que aprendió lo que era soñar y creer, aprendió el amargo sabor a derrota y peor aún el de decepción. A veces detestaba a las personas por eso mismo. Solían mentir, aunque fuera sin intención y de manera inocente, lo hacían sin saber o tal vez sólo sin pensar. Las convenciones a veces dictaban respuestas y las decían sin pensarlo, sin analizar lo que realmente significaban esas palabras. Estaba convencida de que esta era parte de la “condición humana” (el término siempre la hacía reír) o tal vez del condicionamiento social, sin embargo, la hacía detestar las palabras. A veces culpaba al lenguaje, pero muchas veces no podía evitar despreciar a las personas que eran las verdaderas culpables de corromper su significado. El lenguaje era puro, ¿o no? Prueba de ello era que algunos humanos sabían usarlo; escribían versos hermosos, describían escenas perfectamente, ellos lo conocían íntimamente, lo reflexionaban y por ello podían usarlo de manera precisa. Siempre le molestó que no se percataran del frecuente mal uso que le daban a sus palabras, la falta de especificidad sobre sus pensamientos. La naturaleza orgánica del lenguaje y la idiosincrasia humana requería que se intentaran reducir las ambigüedades e imperfección del idioma, por vocabulario o explicaciones, sin embargo, normalmente no se percataban de ello, o no les importaba. ¿Acaso se puede pensar en algo si no se tienen las palabras? Finalmente, ¿no son las palabras la herramienta del pensamiento? Otra razón más que con el tiempo se había ido alejando de las personas. Algunos de sus amigos lo llamaban snobismo intelectual, otros sonrerín y decían poco cuando estaban con ella, la mayoría sólo se reían cuando salía a relucir el tema. Por reflejo dio un sorbo a su café y le sorprendió encontrarlo tan frío. Miró nuevamente su reloj, ya pasaba el cuarto de hora, se hacía tarde, tal vez debía partir.

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