Sunday, October 26, 2008

Blanc de Blancs

Se puede recontar el pasado por medio del alimento y el brebaje.


Me encuentro mínimamente sonrojada, el efecto de la segunda copa de vino haciéndose notar.
-¿Hace calor? Le pregunto a mi interlocutor, sus ojos hacen contacto con los míos unos segundos y regresan a la mesa.

-Sí, un poco, pero la brisa ya comienza a refrescar. La puesta de sol teñía el cielo de mil tonos, pero la brisa seguía con el calor de medio día.

Nos encontramos sentados lado a lado, en una mesa demasiado grande para dos personas, un poco incómodos, culpamos a los asientos, pero fácilmente podría ser que nos inquietara tener al otro tan cerca. La conversación había estado muy parca desde que llegamos al bar, deberíamos partir, pero ambos evitamos hacer la sugerencia.

-Que pequeños se ven los autos y las personas, parecen juguetes a escala. Creo que se lo digo, tal vez sólo lo pensé, su silencio no corrobora ninguna de las dos. Me sirve más vino mientras me pierdo mirando a los transeúntes y la iglesia que perdurará otro milenio.

-La iglesia no parece a escala, le digo perdida en mis pensamientos. Se sigue viendo inmensa desde este cuarto piso. Una ciudad a desnivel facilita las perspectivas, pero en este caso, es una estructura masiva, domina la pequeña plaza, y por su misma magnitud, hace que todo lo que lo rodea parezca aún más pequeño de lo que es.

-Que intranscendentes somos a comparación de ella, ¿No lo crees?

Pareces despertar un tanto de tu letargo, sé que me has estado escuchando, pero la preocupación y ansiedad han estado cobrando mucha más de tu conciencia desde que subimos la escalera.

***

Automáticamente vuelves a llenar mi copa, te das cuenta de que la botella se encuentra vacía.

-¿Pido otra?

-No hace falta, ya casi nos vamos. Pides tu whisky, para acompañarme en lo que me acabo mi vino. La luna comienza a asomarse entre las nubes. Si no fuera primavera, se sentiría el bochorno de un día nublado y húmedo.

Ante el inminente deber de partir descendemos por los peldaños de la ciudad en silencio. Cada tercer paso me tropiezo, por suerte cada tercer paso, está tu mano para atraparme, hago una nota mental sobre los tacones de aguja en ciudades con empedrado. El plenilunio acompaña nuestro descenso hasta nuestros aposentos en la parte baja de la ciudad. Sigo tus brazos; desconozco la ubicación exacta, fuera de una vaga noción de la dirección general, te he cedido la responsabilidad total de la navegación. Llegamos fácilmente, sin mayores problemas ni contratiempos, cada vez parezco ir más cargada en ti para evitar los resbalones y las torceduras. En un instante me llega el dulce aroma de tu piel, no puedo evitar tensar un poco mi espalda, el rubor de mis mejillas se confunde con los otros dos. Mi cuerpo termina un poco más pegado a ti. Te detienes y me miras, -¿Estás bien?

Sonrío, -Sí, sólo sentí que me resbalaba.

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